“En tiempos muy lejanos (tan distantes que ni el más viejo de los narradores de cuentos y leyendas podría precisar), había en la población de Sumpa (lo que hoy es el cantón de Santa Elena) una especie de rey o cacique, muy admirado y respetado por su valentía y talento, a quien llamaban TUMBE.
Dicen las leyendas, que inmediatamente acabado el Diluvio Universal, llegaron a Sumpa algunos de los primeros hombres que poblaron la Tierra. Y como la encontraron buena para la vida humana y pródiga para la agricultura y pesca, se establecieron desde la orilla del mar, hasta bien avanzado el interior.
Tumbe tenía dos hijos, Quitumbe y Otoya. Como era un gobernante emprendedor y ambicioso, envió una expedición a Quitumbe, con el encargo de descubrir nuevas tierras y añadirlas a su reino. Y Quitumbe las descubrió, tanto al norte, como al sur.
Fundó el pueblo de Tumbes y puso los cimientos de algunas ciudades importantes como la que después sería la bella Quito.
Catari, un antiguo narrador de historias (de esos que antes de la llegada de los españoles eran llamados quipucamayos) afirmaba que Quitumbe dejó un descendiente llamado Guayanay, padre de Atau, quien a su vez engendró a Manco Capac, primer monarca del Perú.
A la muerte de Tumbe; le sucedió en el mando su hijo segundo, Otoya, valiente y esforzado, pero cruel, además de aficionado a las bebidas alcohólicas y otros vicios. Fueron tantos sus abusos y maldades, que un grupo de sumpeños descontentos su unieron secretamente para darle muerte y así librar a Sumpa del tirano. Mas, Otoya fue alertado a tiempo y tomó venganza de sus enemigos quitándoles la vida.
Un día sorprendió a Otoya un grupo de aborígenes con noticias inquietantes, habían divisado en el mar, cerca de las costas una inmensa balsa. La tripulaban sujetos de tamaño descomunal; tan grandes como dioses o demonios. El mas corpulento de los sumpeños apenas alcanzaría a llegar a sus rodillas. Sus cabezas eran de tamaño de hombres pequeños.
Sus bocas parecían aberturas de toneles. Tupidas selvas de cabello colgaban a sus espaldas. Cada brazo parecía un largo arbusto o una boa. Los ojos eran saltones y rojizos. En sus orejas podían caber pequeños gatos.
Varias veces hicieron frente los valerosos sumpeños a los gigantes. Pero fue vano sacrificio; equivalía a pelear armado con una aguja frente a alguien que llevaba una espada o una lanza.
Esos actos valientes terminaron siempre en desbandada despavorida de los naturales. En respuesta aquella resistencia, los gigantes aumentaron su crueldad.
Disgregaron a los sumpeños, obligándolos a esconderse en la montaña o en cuevas conocidas únicamente por ellos.
Y fueron tantos los crímenes de los gigantes llegados a Sumpa de quien sabe que remitas tierras. Y fueron tantos los clamores de los Sumpeños. Que Pachacamac, el dios a quien veneraban, amaban y gemían, envió a un emisario con el encargo de salvarlos.
Vino éste armado de una flecha incandescente, con la que liquidó a los invasores. De los gigantes grandes como casas y crueles como fieras, quedaron únicamente huesos calcinados, que fueron cubiertos por la tierra. Osamentas que en diversas oportunidades han sido descubiertas por arqueólogos y atribuidas a animales que habitaron el planeta antes del Diluvio.
Cuando vayas a Santa Elena –la antigua y privilegiada Sumpa- pide que te lleven a conocer las descomunales Sillas o Troncos y las profundas Cisternas o Pozos de los Gigantes. Los abuelos de los más viejos habitantes de la región aseguran que tales construcciones fueron labradas de las rocas por los formidables invasores.
LOS HABITANTES DE SUMPA
Pueden catalogarse como habitantes de Sumpa (actual península de Santa Elena) a las culturas prehispánicas de Valdivia (4300 A.C.), Chorrera (1800 A.C. a 700 A.C.), Guangala (500 A.C a 500 D.C. ) y la Confederación de Pueblos Manteño –Hancavilca (500 D.C a 1500 D.C.).
Lamentablemente por las enfermedades traídas por los conquistadores españoles, para las que no tenían defensas, se exterminó gran porcentaje de esta población. Eran culturas muy ricas, sus vestigios se pueden apreciar, de manera secuencial, en los diferentes museos del paía, y en especial en el Museo de Sitio de Salando.
Actualmente, a estos pobladores se les denomina “Montuvios” y de su idioma quedan solamente los nombres de diferentes pueblos, lugares y sitios.
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